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#Wild Wild West

La quinta temporada de Yellowstone fue la serie de ficción más vista en Estados Unidos el año pasado. A mí me parece fantástica.

Fantástica no es lo mismo que edificante. Y aunque el moralismo sea innecesario en el disfrute del arte, la serie tiene también una lectura que invita a la reflexión. Especialmente para quienes no entendemos cómo la mayor potencia económica, científica y cultural del mundo ha podido llegar al estado actual de delirio y violencia política.

“Yo soy lo contrario al progreso”, dice John Dutton (Kevin Costner), dueño del Rancho de Yellowstone. ¿Quién va a votar a alguien así? Terrible. Pero qué tal si el progreso es el turismo en masa, los fondos de inversión, la estación de esquí o la carretera cruzando por en medio de un valle. ¿No estarían de acuerdo muchos que se auto-definen como progresistas?

El estado de Montana es un poco más grande que Alemania pero con una población que apenas pasa del millón de habitantes. En medio de las Rocosas, con algunos de los mejores paisajes del planeta, alberga también siete reservas indias, fáciles de distinguir en algunos casos por su estado de abandono, como islas de desierto en medio de un oasis. ¿Es acaso progreso el colonialismo? En la ficción, el rancho de Dutton es del tamaño de Long Island y su dueño se mueve por él en helicóptero, cuidando de un ganado y de una forma de vida que ya no es rentable. El negocio familiar está más cerca de la quiebra que de la opulencia, a pesar de tener un control absoluto sobre la élite del Estado y de ser, prácticamente él solo, la ley. Dutton se resiste a cambiar su modo de vida o a vender ni siquiera un pedazo de tierra. Su razón de vivir es conservar ese rancho y ello justifica el ejercicio de cualquier tipo de violencia.

La influencia de la serie y la necesidad de entender esa otra América es tal que Fargo, mi momento televisivo favorito, ha decidido entrar también al asunto en su quinta temporada. Fargo no pierde su esencia, la de la disrupción criminal en el Medio Oeste y la belleza del paisaje nevado, el hilo que comunica la película de los Coen con las diferentes temporadas. En ese Medio Oeste simple, infantil, rutinario emerge ahora un ranchero caudillo de milicias de extrema derecha, un personaje más parecido a Clive Bundy que a John Dutton. La parodia del ultraconservador se convierte en una fina crítica.

Las milicias son precisamente otro de los vasos comunicantes entre Yellowstone y Fargo. Se trata de grupos de muy diferente naturaleza (anti-vacunas, anti-impuestos, pro-Trump, etc.) que tienen en común el odio al gobierno federal y que legitiman el uso de la violencia política. Grupos como People’s Rights, un movimiento creado por el hijo de Clive Bundy, son los que asaltaron el Capitolio hace ahora tres años y quienes amenazan cada vez más la libertad de expresión.

Robert Pape, profesor de la Universidad de Chicago, lleva a cabo periódicamente encuestas sobre los riesgos para la democracia en Estados Unidos. Estas encuestas demuestran que el uso de la violencia política tiene cada vez más apoyo entre la población (entendida en la izquierda más generalmente como violencia hacia bienes materiales y, en la derecha, hacia instituciones e individuos).

Y así llegamos a un año clave. Eurasia Group dice que el de mayor riesgo a nivel global para este 2024 son las elecciones en Estados Unidos, cuyo resultado tendría un efecto relevante en conflictos armados que tienen posibilidad de escalar a guerras globales (Ucrania, Oriente Medio), amén de tensionar la relación con China y retroceder décadas en la construcción de acuerdos en un mundo que transitoriamente había vuelto al multi-lateralismo después de la Guerra Fría. 160 millones de personas deciden, más que nunca, el destino de 8,000 millones. Pensar que algunos de esos votantes viven en lugares donde el Estado de Derecho lo definen unos terratenientes adinerados o donde el culto a las teorías de conspiración es una forma de vida que se defiende con armas de fuego no puede dejar a nadie tranquilo.

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