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De Zancadas, Pecas y Chalecos. Por Higinio Esparza Ramírez

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ
De Zancadas, Pecas y Chalecos
A grandes zancadas el pre- sidente Luis Echeverría, alto y vigoroso, con lentes de grueso cristal y mirada atemorizante, dejó atrás a las guaruras del estado mayor pre- sidencial, apartó a empellones a los estudiantes que formaban valla en el bulevar Miguel Alemán, y se trasladó casi corriendo a los terrenos donde ahora se levanta el CBTIS 4 de ciu- dad Lerdo, para colocar la primera piedra de las nuevas instalaciones educativas.
Sin ceremonias ni salutaciones ocupó el estrado y detrás de él ca- yeron en cascada los integrantes de su comitiva, los políticos anfitriones y los invitados, sofocados por la inesperada carrera que les impuso un acelerado primer mandatario. Los sorprendidos custodios no se quedaron atrás y zarandearon a los reporteros locales que les impedían alcanzar al primer jefe de la nación. Todos se desplazaban a galope tendido. Los representantes de los medios de comunicación nacionales que formaban parte de la comitiva presidencial, no bajaron del camión de prensa –pues ya conocían los arranques de LEA- y esperaron có- modamente sentados los boletines informativos para armar sus notas.
Esa mañana de octubre de 1971 Echeverría casi tiró al suelo a varios alumnos y los rezagados integrantes del estado mayor pre- sidencial, por su parte, torcieron brazos y manos, golpearon con los puños, encajaron los pulgares en las partes blandas y jalaron con violencia a jóvenes y adultos que les estorbaban el paso, éstos últimos impulsados por el afán de acercarse y saludar de mano al escurridizo fun- cionario. Hubo tropezones y caídas al duro pavimento como resultado de la desordenada presencia de la figura presidencial.
Desde su llegada el presidente no disimuló que venía de prisa: de un brincó bajó del camión y se dirigió a paso rápido hacia la valla. Los estu- diantes sonrieron, lanzaron “vivas” y extendieron la mano para saludarlo y pedirle su autógrafo. Esperaban que el mandatario respondiera a la efusiva bienvenida, pero se queda- ron pasmados cuando el visitante
pasó de largo e hizo a un lado con sus fuertes manos y con violencia a los que intentaron arrimarse, inclu- yendo maestros del centro educativo anfitrión. Su rostro se endureció y no aminoró la marcha hasta que llegó al templete.
Vestía una gruesa chamarra de cuero color café oscuro, zapa- tos negros cuadrados del número treinta, camisa blanca de mangas largas y pantalón de casimir de tono gris, a rayas.
Como los policías que persi- guen a Charles Chaplin a cámara rápida, así se vieron los guaruras: unos corriendo desesperadamente para cubrirle los flancos al presiden- te, mientras que otros, más gordos que aquellos, protegían la reta- guardia entre brincos, empujones, exudaciones y apremios, con los botones de las apretadas camisas a punto de saltar de los ojales. Varios más sólo manoteaban.
LEA se fue como llegó: a zan- cadas. Ágilmente trepó al autobús con el motor en marcha y desapare- ció con la complicidad de los vidrios polarizados del vehículo que arrancó a gran velocidad, seguido por los demás camiones que formaban el convoy.
Más tarde inauguró en el ejido Venecia, Durango, los edificios, huertos y campos experimentales de la Escuela Superior de Agricultura y Zootecnia y de ahí se lo llevaron directamente al aeropuerto interna- cas reuniones con el gabinete… ni polvo levantó.
VOY AL BAÑO… NO SE VAYAN
La muerte de miles de cabezas de ganado que se envenenaron con arsénico en la comarca lagunera, provocó una alerta nacional y una reunión de emergencia del gabi- nete de gobierno encabezada por el presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, en la residencia oficial de Los Pinos.
LEA obligaba a sus colabo- radores a participar en esas juntas desde la mañana muy temprano hasta las primeras horas de la ma- drugada del día siguiente, sin que el jefe de la Nación se levantara en
ningún momento, ni siquiera para ir al urinario, según versiones que difundieron los ayudantes que lo acompañaron en una segunda e inesperada visita a la comarca.
A nivel local, los ganaderos afectados y funcionarios de los tres niveles de gobierno comenzando con el gobernador del estado y los alcaldes de las regiones donde se registró la mortandad animal, se hallaban también preocupados y en espera angustiosa de una respuesta inmediata por parte del gobierno federal para enfrentar una crisis que alcanzó repercusiones nacionales e internacionales.
No había hasta ese momento una confirmación de que el presiden- te de la república se desplazaría a la región para atender personalmente el problema, y la incertidumbre campeó la mayor parte del día por falta de información precisa.
Alrededor de las cinco de la tarde se inició una reunión extraor- dinaria en las oficinas de la Unión Ganadera Regional del Norte de Durango, ubicadas en Gómez Pa- lacio, ante los rumores insistentes de que vendría el presidente.
Conforme transcurría el tiempo disminuía la esperanza de contar con la presencia del alto funcionario. Sorpresivamente, pasadas las seis de la tarde, un helicóptero se posó en los terrenos de la agrupación y descendió LEA con paso rápido y gesto adusto
Todos sonrieron y se tran- quilizaron. El nutrido grupo que lo esperaba en la puerta se abrió para darle paso hasta la mesa principal donde daría a conocer las medidas acordadas por su gobierno para sortear la contingencia. En esta ocasión no hubo empujones y nadie resultó lastimado
A sus colaboradores en Méxi- co, participantes en la junta emer- gente, los desconcertó cuando se levantó de pronto y les dijo que iba al baño, lo que no hacía con frecuencia. Sigilosamente salió por otra puerta y se dirigió directamente al helipuerto y de ahí a Gómez Pala- cio, según el dicho de los enredosos ayudantes del mandatario.
No se supo si de regreso a Los
Pinos, el presidente se reintegró a la junta con los integrantes de su gabinete.
De ese nivel fueron sus arreba- tos, derivados de una entrega total y desquiciante a su alta investidura.
LA BELLEZA GENEROSA DE DOÑA CARMEN ROMANO
Ataviada con un vestido florea- do de vistoso colorido y un amplio escote que dejaba ver sus pecas más allá de lo esperado por quienes nos encontrábamos en primera fila, doña Carmen Romano de López Portillo caminó entre los escolares que formaban vallas y sin pudor alguno se inclinó cuantas veces fue necesario para tomar los ramos de flores y los saludos que aquellos le extendían gozosos, a su arribo a las instalaciones del Parque Nacional Raimundo. Los ojos se clavaron en un solo punto y los varones dejaron de lado toda discreción y caballerosidad caminando al parejo de la primera dama para no perder la inusitada y muy agradable exhi- bición pectoral, desentendiéndose de sus tareas como organizadores y vigilantes de la recepción.
Bella y seductora, consciente de su impactante atractivo, con su encrespado pelo negro acariciando los desnudos hombros, ojos verdes, labios rojos y piel blanca moteada de minúsculas pecas de sonrosada aureola, doña Carmen avanzó sonriente y feliz, repartiendo abra- zos a todos los que trasponían los cordones de seguridad, tanto niños como adultos, hombres y mujeres por igual.
De gustoso cuerpo, en todo el trayecto se mostró desenvuelta, amable y generosa con sus en- cantos. No rechazó a nadie y se puso al alcance de sus alborozados admiradores.
Pero todavía nos esperaban más sorpresas a los reporteros, fotógrafos y concurrentes en ge- neral que seguíamos paso a paso los desplazamientos de la primera dama del país: en un receso antes de que develara la placa inaugural de la plazoleta del parque público de Raimundo nutrido por las aguas
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del Nazas, se plantó en el centro del ágora descubierta. De inmediato la rodearon los solícitos oficiales del estado mayor presidencial y uno de ellos, el de mayor rango, puso en sus manos un vaso con nieve de garrafa “Chepo” –de limón, por cierto- y la disfrutó sorbiendo con voluptuosidad dos cucharadas.
Ante el estupor de la gente que también se había formado en círculo el borde del recinto al aire libre, doña Carmen, sin ningún recato y a la vista de todos, llevó a la boca del militar una porción del helado mien- tras le sonreía provocativamente. El hombre se encontraba cara a cara con la esposa del presidente López Portillo, su cuerpo casi pegado al de ella y con asomos de impudicia en los ojos de ambos.
Fue fugaz el encuentro. El oficial se dio cuenta de que no se hallaban solos, se apartó de la mujer, se acomodó el uniforme y volvió a su actitud marcial, reasumiendo sus funciones.
Doña Carmen no se sentía atada sentimentalmente al presi- dente López Portillo a causa de los constantes devaneos del funcionario público con mujeres célebres. La infidelidad del presidente provocó la ruptura del matrimonio y tiempo más tarde JLP contrajo nupcias con la actriz Sasha Montenegro. Rosa Luz Alegría, secretaria de Turismo en el gabinete de López Portillo, fue uno de esos caprichosos amoríos. La vimos descender del helicóptero presidencial en el aeropuerto de Ciudad Lerdo con su vestido de lino arrugado y acomodándose el pelo en greña. Detrás de ella bajó el presidente en condiciones parecidas y con vestigios de lápiz labial en los excitados cachetes. Sus amoríos se conocían en todo México y fue por eso que la integró a su gabinete y a su recámara, aseguraron los maledicentes.
EL SECRETARIO DE GOBER- NACION LLEGA ACELERADO A CIUDAD LERDO
El avión de veinte plazas con el secretario de Gobernación a bordo, tomó a gran velocidad la pista pedregosa del aeropuerto de ciudad Lerdo, ubicado en el antiguo cauce del río Nazas, piloto y copiloto estuvieron a punto de perder el con- trol y estrellarse porque nadie los alertó de que un tramo de cables del alumbrado que rodea las instalacio- nes aeronáuticas, correspondiente al punto de descenso y entrada de las naves de gran tamaño, se hallaba bajo tierra –no en el aire
como los tripulantes supusieron- en el sector poniente rumbo al cerro de Calabazas.
Desde las alturas observaron los alambres de alto voltaje cir- cundando la pista, pero nunca se percataron de que un largo tramo desaparecía subterráneamente en ese espacio aéreo de acceso a la pista principal, precisamente para permitir la entrada sin obstáculos de los aviones, por lo que mantuvieron la altura reglamentaria para reba- sar unas líneas inexistentes en su derrotero y aterrizar con normalidad.
Sin embargo, el desconcierto los sacudió al descubrir que no había cables a la vista, por lo que apresura- damente modificaron manualmente la velocidad de crucero para intentar frenar dentro de los límites del ca- mino de aterrizaje, pero no les fue posible reducir el acelerado vuelo y el enorme aparato pasó raudo frente a las oficinas del aeropuerto. Las ruedas del tren de descenso chirriaron con la grava y porciones de la misma fueron lanzadas como minúsculos proyectiles hacia los ventanales del local, golpeando en el rostro a las personas que esperaban el arribo del licenciado Fernando Gutiérrez Barrios. El avión finalmen- te logró detenerse en los límites de la carretera, a unos metros del canal revestido de Sacramento.
Bajó Fernando Gutiérrez Ba- rrios, no dio entrevistas y pareció ignorar el aterrizaje de alto riesgo, integrándose de prisa a la comitiva del presidente de la República Car- los Salinas de Gortari, quien lo había precedido en esta nueva visita a la comarca lagunera.
Solamente dos reporteros fuimos testigos del grave peligro en que se vio envuelto el funcionario y luego de su descenso tras haber superado la emergencia, el piloto y su copiloto comentaron que efectiva- mente, al aproximarse al aeropuerto mantuvieron la altura establecida en los instructivos de navegación aérea creyendo que había cables atravesados en la dirección que seguía la aeronave. Nadie los previno de esa situación y desde las alturas no repararon en que no había líneas eléctricas interpuestas. Admitieron haberse alarmado en un principio, pero sus conocimientos y aptitudes les permitieron superar la contingencia.
“Amarramos alerones, frenos y timones y aquí estamos, sanos y salvos”, presumieron ante los repor- teros y edecanes que, en lugar de sumarse a la comitiva presidencial, prefirieron esperarlos para conocer
sus impresiones.
“Es verdad, estuvo complicado
al aterrizaje porque se nos estaba acabando la pista” aceptaron ya más relajados. Enseguida posaron para los integrantes de la reducida comitiva que los recibió en el campo aéreo lerdense encabezada por la guapísima edecán y anfitriona oficial de los visitantes, Ana Cristina Rubio Chaidez.
EL CHALECO INTRUSO
Buscando salirme de la in- formación inducida por el gobierno federal a propósito de la visita del presidente de la República a Gómez Palacio en octubre de 1963, y con la intención de obtener una nota exclusiva, bajé del camión asignado a la prensa en los alrededores del conjunto “Guadalupe Victoria” del Instituto Mexicano del Seguro So- cial, en el bulevar Miguel Alemán y calzada Jesús Agustín Castro, pero no la conseguí y cuando regresé al punto donde se hallaba estacionado el vehículo, ya había partido a la siguiente etapa de la gira.
El autobús de prensa se ade- lantó al camión que llevaba al presidente con la intención de que los reporteros llegaran primero a la siguiente etapa del recorrido. Joven todavía, emprendí desenfrenada carrera tratando de alcanzarlo; el conductor me vio por el espejo retro- visor, pero no hizo caso y aumentó la velocidad.
Angustiado, sin brújula, vol- teaba a todos lados buscando un vehículo “amigo” para reintegrarme al grupo de periodistas cómoda- mente instalados en el autobús con aire acondicionado y refrescos y emparedados a la mano.
Pasó raudo ante mis ojos el camión del mandatario visitante y los ojos se me iluminaron al descubrir que detrás del vehículo presidencial se desplazaba velozmente un taxi de servicio público naranja y blanco, con una pasajera a bordo: una amiga mía a quien conocía desde hace tiempo en las oficinas de gobierno donde laboraba.
Me alegré por su inesperada presencia. Me quité el chaleco de lana y le di de vueltas en el aire para que me diera un “aventón”. No pudo negarse, condolida por mi presencia lastimera, parado a mitad de la calle con una libreta y una pluma en la mano y el gafete de prensa colgado del cuello. Le ordenó al chofer que detuviera el coche y abriera la porte- zuela derecha para que me trepara. Ella viajaba en el asiento posterior,
pero no me extrañó esa ubicación, pues así suelen transportarse las mujeres cuando van solas.
La noté muy nerviosa y le pregunté qué hacía en el taxi y por qué seguía al autobús en el que se hallaba el presidente de la República. “Te regalo el chaleco por tu ayuda; me has sacado de un gran apuro. Gracias amiga”, expresé entusiasmado y puse la prenda en sus manos.
Se puso seria y aclaró: “Este no es un taxi, es el coche oficial asignado a los integrantes del es- tado mayor presidencial para que lo usen en situaciones de emergencia que pueda afectar al presidente. Por eso vamos atrás y con asientos dis- ponibles en el coche, atendiendo las indicaciones de los encargados de la seguridad del primer mandatario. A ver si no se enojan”
Apenas me iba a acomodar en el asiento cuando sentí un violento jalón acompañado de insultos. “! Bájate ca… hijo de la tiznada, aquí no tienes nada qué hacer”, profirió la guarura y me arrojó al pavimento. “Pero soy de la prensa”, me defendí mostrando la identificación. “! Vale madre tu prensa” gritó iracundo y ordenó al chofer que alcanzara al autobús, con la advertencia de que no tolerarían más desobediencias. Me amiga ya no miró; volteó para otro lado y se cubrió la espalda con el chaleco, atuendo que unos días después comenzó a lucir orgullosa ante sus compañeros de trabajo.
Me sentí frustrado, afligido e impotente. “¿Ahora qué hago?”, me preguntaba caminando por la banqueta con rumbo incierto, sin chaleco ni libreta, pues ésta también cayó durante el forcejeo. Lo que más me preocupaba era la cobertura de las restantes actividades del jefe de gobierno pues consideré que ya no lo podría alcanzar para elaborar mis reportajes.
Pero no me hallaba solo en esta misión de altos vuelos. Atina- damente desde un día anterior la dirección del periódico me asignó un reportero ayudante y en esa forma mi inolvidable amigo y compañero Rodrigo Caballero Contreras se llevó la nota a ocho columnas en aquella memorable jornada. “Esto me pasa por pasarme de vivo” fue el repro- che que me hice cuando supe que la información que había recabado en los demás actos, ocupó un espacio de menor importancia, abajo de la reseña principal.
Mi amiga ya no soltó el chaleco y reía cada vez que recordaba el in- cidente. No sabía ella que el chaleco no tenía mangas…
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