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Plaza de Armas Por el Poeta y escritor, Jesús Marín.

Plaza de Armas

La Plaza de Armas es el corazón de Durango. Durango es el corazón de México. Es el alma de los Duranguenses. Principio y fin de nuestra esencia norteña. Es la primera piedra de nuestra fundación. Don Francisco y Doña Ana, hace más de 450 años la escogieron para mezclar nuestra sangre. Sangre española. Sangre vasca. Y sangre indígena. Somos mestizos. Nos guste o no. Prietos de este Sol, güeros de rancho. Somos el órale compa. El oiga. El mijo. El amá. El hablar golpeado, en sonsonete. Somos el ser huraños y desconfiados. Somos orgullosos, orgullo pelón, como la cantera de nuestra Catedral. Acá usamos el lángaro. El pusteco. Somos la tierra de Pancho Villa y de los alacranes. Somos el Durango de hombres valientes y mujeres que son todo corazón. Al menos en corrido. Y somos el otro Durango. El Durango indolente. El Durango del narco y los levantados. El Durango de los gobiernos corruptos y ladrones. El Durango agachón. El Durango de los que no protestan. Los que se muere de hambre y de puro orgullo se callan. Somos la carne barata de las maquilas. Nuestro oro y plata no nos pertenece. Nuestra Sierra es devastada en beneficio de unos pocos. Somos el Durango de castas, de familias pudientes, de rancia clase porfiriana, herederas de la riqueza minera de la colonial. Ahora dueñas de la mitad de la ciudad, dueñas del centro histórico. Somos ese Durango, con dos plazas, una para la gente decente, para los ciudadanos de buenas costumbres. Y la otra plaza, la Baca Ortiz pa la gente pobre, la chusma del campo, los sombrerudos. Los de huarache. Los jodidos. La carne de cañón. Entre mestizos somos más racistas. Somos los que nos vamos al norte porque aquí no hay nada. Quedan los pueblos desiertos. Pueblos fantasmas y la tristeza de sus viejos que han de morir en la puta soledad. Durango, patrimonio de la humanidad, por nuestro centro, por nuestra Catedral, majestuosa y hermosa. Durango siempre fiel. Durango Criterio. Durango del besa manos a príncipes de la codicia. Catedral Construida por la fe de los conquistadores y la sangre de los conquistados. Religión a muerte y látigo. Catedral que desde hace trescientos años nos vigila. En su torre derecha se asoma Beatriz, esperando el regreso del amor. Esperando vernos despertar de nuestra tiricia y miedos. Es la Plaza de Armas el centro de reunión de los duranguenses. Lugar de encuentros y desencuentros. De amores furtivos y secretos milenarios. Por su solar han paseado generaciones de alacranes. Es memoria viva en recuerdos desde la nostalgia de los ausentes. Durango si muero lejos de ti…

Los domingos le pertenecían a la familia. Sacar a los escuincles y a la ñora, a orearse. Pasearlos para despulgarlos de las paredes de su cueva. Matarles un ratito el aburrimiento. A soltarlos libres y feroces, ¡ y ay cabrón, sálvese el que pueda!

Irse a pata o camión, a la plaza de Armas. Ya ven que aquí, en este rancho bicicletero todo está rete cerca. Ir aunque sea a ver gente. Agarrar un aigre pa que se nos quite lo amarillento. Les compras un olote disfrazado de elote. Uno para todos, de a mordida toca, el dulce de nuez, lo que alcance con la pinche miserable paga de la maquila. Los pudientes al paseo Durango. A mirar escaparates. Presumir lo que nunca tendrán. A pagar fortunas por un refresco. Pavonearse, cagar verde pues. Muy gringos culo prieto o europeos a huevo. Durangueño de la Alta. Alta vecindad. Olvidar la jodidez aunque sea por un ratito.

Irse los domingos a donde sea, escapar de las micro celdas del infonavit. Sentarse en una banca a escuchar el lloriqueo babeante escuinclil por un globo, por una paleta de limón de los carritos blancos como la nieve, hogar de pingüinos y marmotas, que ofrecen un beso frío, una mordida de hielo.

Así es Durango en la plaza, un domingo. Pa los que no tiene dinero y se conforman con ver los árboles, las fuentes, bajo este cielo limpísimo. Caminar entre la gente, dar vuelta y vueltas como animal enjaulado. Escuchar los rumores de los camiones y los gritos de los predicadores cristianos. Mecerse con el viento como el papalote que una vez construiste con tu padre para alcanzar las estrellas. Admirar las nalgas y las piernas de las muchachas, a veces también sus ojos. A presumir la bota vaquera comprada en un tianguis de usado en tu colonia, se ve perrona y da el gatazo. Ellas, a lucir las garras, las de sus manos y las de sus de ropas, las domingueras, sacadas en abonos del Robappel. Con su joyería de fantasía que no se despinta.

Vaya, ir a la Plaza pa que vean que sigues vivo y aunque sea a tomarse una coca mierda, comprada en un Oxxo. Esas canijas de las palomas viven y come mejor que uno, arroz y migas de pan, maíz,sin chambear, nomás dormir y ayuntarse a diario, carajo, por qué no nací paloma.

El agua cae en las fuentes como el desamparo a los corazones. La tarde transcurre en la santa paz de un pueblo donde no pasa ni la muerte. Nadie viene a Durango. Situado a mil kilómetros de la chingada. Pueblo chico, infierno grande y desatado. Aquí no hay secretos. Todo se sabe. Y si no, pos se inventa. Por eso los moteles de paso no se llenan, temen encontrarse los conocidos o ser reconocidos. Por ello, las iglesias cada vez están más vacías. El chisme se transmite peor que el covid. Y es casi tan mortal que un piquete de alacrán.

Los viejos se conforman con acurrucarse en las bancas, entumidos de recuerdos de juventud. Cuidando los nietos. Mirando como son olvidados ahora que ya no sirven nomás pa estorbar, Lo niños desesperados por alcanzar la edad para sacarle los ojos a sus padres. Las mujeres casadas soñando con aquel novio que sí tenía futuro, no como el wey con el que se casaron. Y los hombres, sus hombres, simplemente suplicando en su mente, por una cerveza helada. Y que no sea lunes tan pronto. Los jóvenes y muchachas, creyéndose inmortales, intocados para el tiempo. Piensan ser jóvenes eternos. Y nunca como sus padres. Viejos y decrépitos. El problema no es ser joven, es envejecer, escribió un Nicaragüense. por los veintes del siglo pasado.

Esa plaza fue mi niñez. Ir al centro era ir a la plaza de Armas. De esa plaza parten todos los caminos. Es la referencia que das a los turistas. Ahí nomás a tres cuadra de la plaza. Llegue a la plaza y se va derechito pa arriba. Era la parada de los camiones de ruta. En la plaza se acaba el mundo en Durango. Y vuelve a renacer.

En de tardecita se reunían las tribus de entonces, por una lado del Quiosco, ese que los jueves, los músicos anidan en sus alturas, arrullan con valses y chotis, con polkas y canciones de antaño. Quiosco que pertenece a la Universidad y por ello casi nunca abren. En sus costados, los nombres de los duranguenses destacados. Una ilustre placa con su nombre en el polvo de siglos olvidados. Plaza de Tribus. Darketos de negra mirada, malotes y perversos por vestirse de negro. Han de cagar diablos. Se creen vampiritos de cartón. Los punks, desafiando al mundo, pero viven con mamá y papá, no pueden llegar después de las diez a casa. Los Emos, herederos del romanticismo decadente de Poe, pero estos sí, medio pendejos, se tapan con el cabello los ojos. Ni idea tienen de qué son. Los patinetos con una pierna más larga que otra, raspan las banquetas de la Plaza con sus cuatro ruedas. Causaban el azoro y la risa. A veces la piedad de las gentes de buenas costumbres.

Es de noche cuando nuestra plaza adquiere su señorial belleza. Sin gente. Sin duranguenses. Sin tribus. Sin manadas de salvajes escuincles. Su soledad es hermosa, la luz de sus farolas le dan un aire de sepulcral y romance lejanía. De un ocre paz inenarrable. Cierta quietud emerge de la oscuridad de sus jardines. Sentarse en la orfandad de sus pobres y derruidas bancas, mirando a la noche apoderándose de las cosas. De la vida. De la Ciudad. Remontarse a una época donde vivir no cause angustia. Donde vivir importe más que morir. En la medianoche respiras lo callado y tranquilo de nuestra ciudad colonial, colonial, nada de apodo. De burla. Esta plaza ha sido remodelada, destruida y vuelta a destruir. Su Quiosco tendrá unos setenta años, un poquito más. Sus árboles han sido tumbados. Talados. Humillados. Las bancas languidecen. Se marchitan, ante la indiferencia y capricho de los gobiernos. Ante la mustia dejadez alacranera. A principio del siglo pasado, teníamos un majestuoso palacio municipal entre la Catedral y la plaza. Un callejón de los escribas. La plaza de armas, testigo de nuestra historia, buena o mala. Triste o alegre. Testigo presencial de la vida colonial. Vió las guerras de Independencia y de la Revolución. Permanece muda. Ha resistido tormentas y nevadas. Mitines políticos. Mitines de protesta.

Ésta, nuestra Plaza, Antes nos pertenecía. Era de la ciudadanía. Para el arte y la cultura duranguenses. En ella se multiplicaban las ferias de libro. De artesanías. Se presentaban bailables y musicales para la sociedad y familia de nuestra ciudad.

Hoy la Plaza de Armas es propiedad particular, propiedad de una rapiña de buitres. Una horda de hienas, sedientos de dinero y poder. Hacen y deshacen a su antojo, renta y concesionan los espacios de la Plaza, que es de todos. Nos han robado nuestra plaza. Le pertenece a vendedores de chatarra china, de fayuca, que a cambio de billetes el Ayuntamiento en turno se prostituye. La plaza de armas, bastión de la Familia duranguense por siglos, por generaciones, es un muladar, un asqueroso mercado, tráfico de contrabando y basura. Poderoso caballero es don Dinero. Da tristeza pasearse en la plaza de armas, entre los puestos de chaquira y guitarras chinas. Han corrido a las familias de Durango. Devuélvanos nuestra plaza, Devuélvanos nuestro corazón.

Poeta y escritor, Jesús Marín.

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