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Extracto del libro, Durango: Crónicas nostálgicas de Jesús Marín

Extracto del libro, Durango: Crónicas nostálgicas de

Jesús Marín

-todavía a buen recaudo de mi amigo el poeta y escritor duranguense, Jesús Marín.

Tirarse desde las alturas. Ser un águila. Ser un ángel. A tus cinco años. Desciendes por el trampolín con forma de Delfín, caes de nalgas en el chapoteadero. ¡ Mira mamá, ya soy un niño grande! Sonreímos, empapados y felices. Nuestras risas se confunden con las de otros escuincles que patalean el agua. El agua nos llega a los tobillos, para nosotros, niñas y niños pequeños, es un feroz mar. Nuestros padres nos miran entre angustiados y lo que sigue. Como toda madre, la mía lleva un cambio en su mágica bolsa, donde cabe el universo. Me quita la ropa mojada. Crema por todo el cuerpo, un leve regaño. Beso en la frente. Y peine por las greñas.

Caminamos al amparo de frondosos árboles, algunos quizá centenarios. Camino de la mano de Mamá y Papá. Somos la santa trinidad. Duro de harina con verduras en la mano. Mi padre diciéndome lo antiguo que es el Parque. En su niñez en el parque, ciénegas y nutrias. Pescaba ranas con sus hermanos. El rumor de las aves en la copa de los gigantes, es rumor del viento. El cielo de un azul intenso de nuestro Durango. Con la limpia mirada de Dios.

Los domingos son del Parque Guadiana. Irse todo el día, de paseo. De día de campo. A jugar a la pelota. Sentarse en las bancas. A mirar a la gente. Respirar aire limpio. A ser niño simplemente. Demostrar que sabes andar en Bici. Montado en triciclo rojo. ¡Apacheee, duran para siempre! como los recuerdos de la infancia. Te compran frutas. Algodón rosado de azúcar, pegajoso. Dulce como los besos de mamá. La foto familiar en el caballito. Los tres juntos. Para el llavero de mi apá. El Quiote, jugoso y rico. El raspado de tamarindo.

Es Domingo. Eres libre. Eres inmensamente feliz. Estás en el parque Guadiana. No tienes otra obligación que la de ser insoportable, travieso y escandaloso; escuincle. Al medio día, mamá saca de su bolsa mágica, mantel tejido de sus santas manos, vasos, platos de peltre, los tiende en el pasto. A veces son gordas, otras emparedados de jamón o tortas de frijoles refritos y de huevo con chorizo. De un frasco, agua de limón. En familia, lejos de la cotidianidad. Nos llama a comer. Regaña a mi padre porque mi traje dominguero se mancha de lodo. Debería darte vergüenza Jesús, mira como has puesto a la criatura. La criaturita sonrie mostrando sus colmillos. Cómo lo vamos a llevar a la misa de una, a los Ángeles. Sonreímos los hombres de la casa. Cómplices en el delito. Son cosas de hombre. Las mujeres no saben de esas cosas.

Ese nuestro parque Guadiana donde dicen se perdió una china. El mismo que contempló el Capitán Ibarra y le recordó a su tierra natal Guadiana, en su España, donde 17 años antes, nació. Ahora fundador de Durango. De más allá del Agua. Este parque, bosque en aquel entonces, vio el conquistador hace más de cuatrocientos años. Con su manantial de agua cristalina, alimentando riachuelos y arroyos. Agua fresca y pura. Un ojo de agua que llamarían El ojo del Obispo. Ojo de agua que ha saciado la sed de los duranguenses por siglos. Ese nuestro parque Guadiana, tan devastado, tan saqueado. Expropiado por codicia y ambiciones políticas. Con sus gallardos leones vigilando la llegada de sus visitantes. La enigmática dama del cántaro en la fuente de las ranitas, ideal para chapotear los peques y los no tan peques. Te adentras a sus secretos. Una enorme jirafa de acero te reta a escalarla. Los columpios son una delicia. Las escaleras de madera con su puente sobre un foso de cocodrilos. El cohete a la luna y su descenso en resbaladero. Los sube y baja gemelos. Juegas al cuidado vigilante de tu padre, bajo el ala de mamá gallina. Ten cuidado, si algo le pasa al niño. Déjalo mujer que se divierta. Mi madre quiere matar con la mirada a mi padre. El gusano lo montas. No te dejan meterte a la oscuridad de las entrañas del gusano. Huele a caca. Te dicen. Es porque ahí vive el coco. El viejo del costal, pregunto con malicia. Corres como potro loco por el parque, con tus piernas zambas y tus aparatos ortopédicos. Frankenstein en miniatura. El pequeño océano ante ti. El lago de los patos. Le echas migas a los peces y patos. Se arremolinan en la orilla. Papá te levanta en brazos para que tengas más acercamiento. Me gusta mi papá. Amo a mi Chuchis. A mi Jesús: me sube a sus hombros para que vea el mundo desde las alturas. Me carga en caballito cuando estoy cansado. O para jugar a los vaqueros. Me acurruca en sus brazos para que duerma la siesta como cuando era bebé.

En la otra orilla se vislumbra el Auditorio del pueblo. Ahí veré luchar a mi héroe, el Santo el enmascarado de plata. Me tomaré una foto con él. Es la casa del deporte y el espectáculo, en Durango. Duela de los leñadores en un futuro distante. Eres un niño de cuatro años. Eres dueño del mundo. Te compran tu globo, la alcancía de yeso, basculearás a cada adulto para llenarla. La quiebras con lo que sea, a los pocos días. El otro domingo conseguirás otra. Privilegios de ser hijo unico.

El Parque Guadiana de hoy, agoniza. Su chapoteadero no existe. Se robaron sus leones originales. A la dama del cántaro la secuestraron. Su fuente de la alegría con versos de Gabriela Mistral, no sé si existe. Han privatizado el oxigeno que respiras. La alberca olímpica es un privilegio de billetudos, con horarios nazis. Es un pequeño campo de concentración. Ya no nos pertenecen el Parque. Su antes florido y hermoso arbolado agoniza. Cada gobierno hace y deshace con nuestro estoico Parque Guadiana, lo que se le hinchan sus tanates. Renta sus espacios, hace negocios. Tala árboles. Ya no hay patos . Ya no hay niños. Apenas unos pocos madrugadores, retan al frío y trotan entre el hastío y la soledad de un parque moribundo.

La Olímpica. Entrenamiento de futuros nadadores medallistas. Pocas albercas para la gente común y corriente. La que no va a los clubes. Hay otra, la Ariel, de la Universidad. La olímpica con sus dos trampolines. Plataforma de tres y diez, metros. Y su foso de tres de profundidad, morada de sirenas, tritones y monstruos marinos.

En esas aguas de azul cristalino, mi padre me enseña a nadar. Usa el salvaje estilo espartano. Mi papá Jesús Marín es un gran nadador. Campeón en los 1800 metros en nado libre. Es una tradición familiar la natación en los Marín. Mi primos compiten y ganan medallas. Todos menos yo. Mamá pollito lo prohíbe. Mi hijo es muy propenso a enfermarse de la garganta. Cada año, con el invierno, mamá dándome jarabe. Untándome vaporub. Que nade en la tina al bañarse. Dicta tajante orden. Y créanme, las órdenes de mi madre se cumplen porque se cumplen. Nos escapamos mi padre y yo a la olímpica, en secreto, sabiendo que si se entera, nos espera el paredón de fusilamiento. Mi papá me avienta a la alberca, a lo bajito. Nadas o te ahogas. Bien salvaje. Y sí este método para aprender a nadar no falla. Yo no tengo miedo. Confió en mi viejo. Toda la vida confié en él. Nunca me dejó ni abandonó. Solo la muerte se lo impidió estar conmigo. Lo tuve toda mi vida. Lo extraño un chingo cada día. Igual que a mi madre.

Ya más grande, me voy a correr con él, al parque. Él con su bolsa de hule en la panza, pa sudar las lonjitas. Subimos las escaleras del cerro de los remedios. Felices y juntos. Padre hijo. León y su cachorro. A nadar entonces. En la alberca, directo al vestidor. Es una mezquita arabesca.

Sin rejas, ni mallas, la Olímpica es mar cautivo y mar de bosque. Naturaleza viva. Recuerdo imborrable. Bancas de piedra donde pones las ropas. Sin techos ni guardia pretoriana. Ya en tarzaneras, lucimos panza y músculos, en reposo, a la regadera, capilla como el monumento a la revolución en chiquito, los chorros de agua a presión reviven hasta los muertos.

Mi apá a nadar los cincuenta metros varias veces. Yo en la parte baja busco perlas en el fondo. Vigilo por si veo aparecer tiburones y dar el grito de alarma. Mi padre me cuenta que frente a la alberca, una mañana se estrelló una avioneta. Mi tío Manuel, el hermano mayor de mi padre, fue testigo presencial. No sé el año. Es una historia de la familia. ¿Te animas a saltar desde el trampolín, mijo? Yo te espero abajo. El chiquito. El de tres metros. ¿Chiquito? Yo lo miro tan alto como la Catedral. Trago saliva. No puedo defraudarlo.

El primer salto es el difícil. Ese hombre me ama más que nada en el mundo. Me esperan para recibirme en sus brazos. Jamás permitirá que esté en peligro o me dañe. Me cuida desde que nací y lo hará hasta su muerte, a sus 76 años.

Subo a los escalones, obligado por la filosa espada de barba negra, el pirata más temible de los siete mares. Condenado a saltar desde la tabla para festín de los tiburones. Ya en la punta del trampolín me encomiendo a Santo, Tarzan, Kaliman, Llanero Solitario… Gelatina son mis piernas. Los gritos de mi padre me alientan. Mi padre ha saltado desde cinco mil metros, en paracaídas, de chuta, paracaidista de la Fuerza Área Mexicana: “por calles y cruceros, desfilan los culeros del Heroico colegio Militar. Todos son una mamada comparados con la FAM” reza el himno no oficial de los paracaidistas. Así que hijo de tigre, pintito. A saltar sin paracaídas. Y alzo el vuelo al mejor estilo de nalgas, caigo y me hundo en el silencio del agua, una mano fuerte, amorosa me saca. Yo me abrazo. No quiero soltarlo. No me dejes padre. No me dejes nunca.

Reímos. Yo orgulloso de que mi padre este orgulloso de mi valentía. Si mi madre nos viera, ya hubiera crucificado a mi viejo. O sacado sus ojos, mínimo.

El siguiente reto es el trampolín de diez metros. Lo escalo con mi pasamontañas, mi valor temerario de conquistador del Everest. Ya tengo diez años, carajos. Ya soy un hombre como mi progenitor. Subo paso a paso las escaleras, entre el zumbido de aeroplanos, gritos de cabras montañeras. Uno que otro Yeti me mira en la oscuridad. En los niveles, me detengo a traspirar el miedo. Casi alcanzo a ver los hoyuelos del planeta Marte. Llego a la cúspide. Estoy en la cima del mundo. Miro y admiro el paisaje desde las alturas, algunas nubes me traspasan. ¡Son de algodón, de algodón!

El panorama es celestial. En la cima de los arboles anidan águilas. La gente son hormigas. En la Catedral, Beatriz me saluda. Pasan dos pelícanos rozándome. Una cigüeña cargando un llorón bebé. Casi puedo oler a Dios.

Los gritos de mi padre me despierta del ensueño. Avanzó por la tabla ya con la experiencia de mi único salto de tres metros. Ya con el aplomo de un consumado clavadista. En el filo del trampolín, a diez kilómetros de distancia me paniqueo. ¿Y si no le atino? ¿Y si caigo afuera? Cierra los ojos y lánzate, escucho la voz de mi sensei , el Santo. Al abismo! A las profundidades del viento. A descubrir el secreto de las aves. Pies por delante, me enrizo cual erizo. Una mano a la nariz, la otra a mis huevitos. Hay que proteger los tesoros nacionales. Las joyas de la familia. Caigo con pies, nalgas, panza, callos y papada por delante. ¡Ah la emoción del pájaro!, el viento golpeando el rostro, en el trayecto saludo a dos ángeles, a una gaviota. A superman no, me cae gordo.

Hundo mi cuerpo en el agua. En el fondo, las sirenas, los delfines, Neptuno y sus tesoros. Emerjo a la superficie, nado como mi padre me enseñó. El mundo me pertenece. El mundo es hermoso en el silencio acuoso. De golpe a la superficie, mi padre me espera. Mi padre sonríe. Yo sonrió. Neptuno sonríe. Mi mundo es hermoso. Mi padre es hermoso. Te amo chuchis. Gracias por ser tu hijo. Gracias por ser mi Padre.

-Si les interesa algunos de mis libros. Las muertes de Fermín ( cuentos), Crónicas de Duranghetto, Laura Sinaloa( poesía),Tengo cerca de 17 libros. informes por inbox. Esta crónica es de mi proximo libro “Durango: crónicas nostálgicas . Todavía no tengo claro el título) watsap 618030702

Gracias por leerme.

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