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#Más Yoshidas menos basura.

Fecha: 25 junio, 2023Autor/a: ramonmorenovergara0
El destino hizo que estuviera yo en la costa de Sendai el 11 de marzo de 2011 a las 14:46, el día y la hora del mayor terremoto en la historia de Japón. Conozco razonablemente bien este país y su cultura, y he trabajado durante años en la operación de centrales eléctricas. Así que después de ver la serie The Days, en Netflix, no he podido evitar el impulso de ponerme a escribir y retomar este blog que tenía abandonado desde hace mucho tiempo.

De aquel día recuerdo los cerezos en flor y la nieve en los tejados. La costa maravillosa de Sendai, con todas sus casitas y sus veleros, la sensación de estar en una Marsella o un Sausalito orientales. Recuerdo la calma inaudita de los japoneses ante un suceso tan dramático, su capacidad para tomar nivel de conciencia de lo sucedido mientras aún estaba temblando el suelo y por la radio de nuestro vehículo se anunciaba que venía un tsunami que nos llevaría por delante si no nos movíamos rápidamente de ahí. Soy de esas personas que no pasan miedo si las atracan en la calle, sino hasta un par de horas más tarde.

El Señor Yoshida, Director de la Planta de Fukushima, representa otra forma de valentía, una que encuentra la calma aun reconociendo el peligro, en un equilibrio inaudito y brillante que le permite tomar decisiones, acertar con la solución creativa que miles de involucrados no encuentran, con prioridad clara hacia la seguridad de los trabajadores, con generosidad, siempre con una sonrisa y una palabra de agradecimiento. Completamente consciente de que la inestabilidad de los reactores puede dejar inhabitable durante décadas todo el Este de Japón, una zona en la que habitan más de la mitad de sus habitantes. No hay necesidad de que se lo recuerde el Primer Ministro. Él no sólo lo sabe, sino que también es quien mejor sabe qué hay que hacer para evitarlo. Por eso decide inyectar agua salada en contra de la opinión de la cúpula de la empresa eléctrica. Por eso se baja los pantalones y se rasca el culo. A mí me vas a decir qué hay que hacer después de 30 años trabajando en esto y más de 90 horas sin dormir.

Esto último sucedería el martes, pero desde el viernes los operadores tratan por todos los medios de controlar la situación. El miedo a un nuevo tsunami, a más réplicas y a la exposición radioactiva atenaza a algunos pero alienta a otros. En Japón se venera la edad como en ningún otro lugar que yo conozca. El respeto a eso que algunos han dado en llamar la inteligencia cristalizada es una tradición inquebrantable allá. Y quien percibe veneración, responde automáticamente con humildad, otro rasgo atípico en Occidente. Nadie cuestiona que el Señor Yoshida se quede hasta el final, y él mismo reconoce que tendrá que pagar con su vida si hay una sola baja fruto de sus decisiones. No se tienen que explicar entre ellos por qué los de mayor edad serán quienes tomen el riesgo de ir a abrir manualmente una válvula motorizada en medio de unos niveles de radiación que asustan.

Un operador de una instalación industrial de este tamaño establece inevitablemente una conexión física con su trabajo que sólo puedo comparar con la que siente quien cultiva la tierra. La quietud de un campo de trigo en invierno, el calor del trabajo con la azada o la brisa de aire seco que refresca el sorbo del botijo son aquí el ruido metálico, grave y rotundo, el frío del hormigón y del acero, las corrientes que silban por el tiro de las naves enormes. El operador se puede mover con los ojos cerrados por una instalación compleja, llena de escaleras, válvulas y tuberías térmicamente aisladas. Abandonar Fukushima, aun sabiendo que no hay otra opción, es un desgarro similar al que siente la familia Joad en Las uvas de la ira cuando tiene que dejar Oklahoma y migrar hacia el Oeste. Algunos prefieren dar la vida.

La historia del accidente nuclear de Fukushima encierra varios dilemas, pero uno esencialmente, el del progreso. Esa ambición que construye y destruye, que innova y que ignora, sensible sólo a lo que tiene frente a sí misma, creadora de realidades que antes sólo eran sueños. O pesadillas. Pero la realidad es aún peor. La imperfección de la ciencia y de la técnica se convierte en inepcia cuando llega a manos de quienes se deben a la opinión pública, a esos hechiceros ungidos por el votante que se creen con la virtud de saber tomar decisiones.

Y, a pesar de todo, estoy convencido de que avanzamos hacia un mundo mejor. Será porque existen muchos Yoshidas haciendo bien su trabajo.

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